"Me parecía que el agua, el cielo, las nubes, los árboles, tenían conciencia de la dicha que me proporcionaban. No tenía ninguna idea preconcebida. Ser pintor no es un profesión, como no lo es ser anarquista, amante, corredor, soñador o aficionado al boxeo. Es un capricho de la naturaleza."

MAURICE DE VLAMINCK (1929)

martes, 26 de junio de 2012

EL CHICO QUE SE LLEVÓ CINCO AÑOS



[..] di tu adiós a esa Alejandría
que pierdes para siempre.
CONSTANTIN KAVAFIS
El dios abandona a Antonio

Tú no lo sabes, pero llevas cinco años en tu maleta. Te obligas a sentir melancolía, rabia, alegría, ansiedad, porque la situación así lo pide. Vacías tu habitación, empaquetas tus libors, preparas la mudanza, te mentalizas para abordar el cambio que te convertirá en un hombre. Pero por dentro no sientes nada. Un paso más apenas significa el desconcierto de saber que puedes regresar cuando quieras. Las fronteras, las distancias, los viajes… ya no son nada en nuestros tiempos. Las despedidas han perdido el peso que tenían otrora. Por eso tú, más que ningún otro, sientes la estupidez y el vacío cuando te despides de esas relaciones de tan solo 5 años. Esos vínculos que hoy son tan reales, pero que mañana se evaporarán en la nube de un recuerdo caprichoso. Esos compromisos sociales tan incómodos en ocasiones que, sin embargo, llenan esa maleta tuya que te llevas llena de cinco años. De más de cinco vidas.



Recuerdas cómo llegabais los dos  a la capital al principio de esos tiempos, buscando con más hambre que conocimiento la bohemia, el dandismo multicultural de Madrid.  Buscabais repetir las hojas de la Vanguardia de entreguerras con la que tanto os sentís identificados, personificar un contemporáneo Dalí, un Lorca digital, un Buñuel postmoderno… Pero pasaron los años y os sentisteis defraudados. Madrid no estaba mal, era vertiginoso y pleno, pero no cumplía las expectativas épicas que os planteabais en vuestras miradas vírgenes. Fue rico y abundante en experiencias, pero muy distinto a lo que buscabais.
Sin embargo, os confundís con este juicio. Aún no tenéis la perspectiva suficiente. Quizá encontrasteis la bohemia, pero hoy es tan pequeña, que necesita el trabajo inocuo e inmaterial de los historiadores para darle esa magia que vosotros no sabéis que tenéis.
Todas las emociones que no sientes ahora, que te culpas por no sentirlas, que te apremias y fuerzas a sentir, van en esa maleta llena de cinco años. Solo tienes que abrirla y de allí saldrán disparadas. Tienes suerte de tener la maleta, un sitio donde almacenar. Un lugar desde el que mirarlas y sentirlas, porque el chico que se queda, el que aún no puede llamarse hombre, vivirá en esa maleta.


Caminará por Madrid y las emociones y recuerdos lo asaltarán aleatoriamente. Irá por el callejón de los espejos y el recuerdo de una noche filibustera, retratada por un poema de forma más óptima que por esa prensa “canalla”, lo vapuleará el alma hasta convertirla en polvo de estrellas, estéticamente muy bonito pero inútil. Pasará por un atardecer sobre Gran Vía y rememorará la chica a la que robó la mirada en aquella fiesta del Patio Maravillas, a la que no se atrevió a dejar un mensaje de los de verdad, de los antiguos. La plaza de Colón nocturna no será lo mismo sin las conversaciones pedantes y sísifas que no llegan a ninguna parte. Ya no habrá palabras que recorran las plantas de la Fnac de Callao. Ya nadie querrá volver a pagar ese zumo o esa caña que se olvidó amortizar al camarero de turno. Nadie recorrerá el eterno trecho entre Moncloa y Plaza España. Y Tribunal, y Quevedo, y otros muchos rincones que se han quedado sin explorar.

Él vivirá en la maleta. Tú saldrás de ella. Pero no te quedes pasivo al leer estas tristes y vanas palabras. Sacude tu pluma y llena esa maleta de más recuerdos. Por favor, llena esta maleta.

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