
Reírse de uno mismo por no poder arrancar una auto-emoción más positiva. Saltar de la melancolía a la alegría, de la angustia a la extroversión vírica. Abandonar a amigos, y que resulte tan doloroso precisamente porque alguna vez los llamaste eso precisamente, amigos. Romper esos vínculos sin pestañear, sin saber muy bien lo que se está haciendo, sin percatarse de la herida que nos infligimos. Prenderle fuego al equipaje, inconsciente pero lúdica y alevosamente. Vaciarse el líquido de las relaciones humanas sobre el cuerpo, y descubrir (¡horror!) que resbalan por nuestros miembros, sin impregnarnos, sin mojarnos, sin inmutarnos. Recordar, irónicamente, sin desearlo, sin mediación, una mirada, limpia, cristalina, donde poder reflejarse de verdad, donde poder sumergirse esta vez sí, mojándose, impregnándose.
Olvidar porqué se ha emprendido el viaje. Intentar resucitar la energía que lo motivaba, las fuerzas para precipitarse al abismo, a lo desconocido, a la wilderness. Descubrir que ahora solo queda el fósil de lo que un día fue una utopía, una joie de vivre que es más una descontrol sintomático, una deriva postmoderna que una energía fluvial, limpia, infantil. Difuminar los límites en alcohol y desenfreno, para intentar repetir la esencia naif de la niñez, la inocencia impúdica, el objetivo del viaje. Convertir todo en enfermedad.
Volver a repetir el gesto de encender la mecha, de consumir otro puerto más, de fletar otro barco más y de iniciar otro viaje más. No tener hogar, ni lugar al que volver. Ser un apátrida. No conseguir volver atrás. No tener adónde ir. Sin embargo, mientras uno se pierde, desarrollar una conciencia casi divina. Saber que uno es del norte. Crearse una identidad inmortal. Sentirse, por todo ello, invencible.
2 comentarios:
"Disfruta del pánico que te provoca tener la vida por delante" :D
No te comentamos mucho, pero te comento, que te keremos bobo
:D
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