"Me parecía que el agua, el cielo, las nubes, los árboles, tenían conciencia de la dicha que me proporcionaban. No tenía ninguna idea preconcebida. Ser pintor no es un profesión, como no lo es ser anarquista, amante, corredor, soñador o aficionado al boxeo. Es un capricho de la naturaleza."

MAURICE DE VLAMINCK (1929)

miércoles, 11 de mayo de 2011

DEJARSE LLEVAR

SÍNTOMAS, MILENIOS


Zarpar en un barco que acaba de ser fletado. Surcar las aguas turbias de la inexactitud, de la exacerbación, bajo el cielo ámbar de la incertidumbre. Un mar sobre el que escupir y sobre el que no poder hacer un mísero reflejo. Abandonar un puerto al que se acaba de llegar, ya familiar, ya cotidiano, ya rutinario, por agotamiento, por saturación, por incineración. Saborear la levedad, la inercia, la deriva. Ser consciente más que nunca de la vida, de lo que se ha sido y de lo que nunca se ha sido. Abrir la mente a espacios insospechados, inhóspitos. Desplegar la abstracción en la eternidad de un instante, cuando el tiempo es más flexible. No otorgarnos el beneficio del plan determinado, de la cita, del evento. Romper calendarios, sin mirar atrás, a las cenizas humeantes, a la dársena que nos es anodina, incongruente, patriarcal.



Reírse de uno mismo por no poder arrancar una auto-emoción más positiva. Saltar de la melancolía a la alegría, de la angustia a la extroversión vírica. Abandonar a amigos, y que resulte tan doloroso precisamente porque alguna vez los llamaste eso precisamente, amigos. Romper esos vínculos sin pestañear, sin saber muy bien lo que se está haciendo, sin percatarse de la herida que nos infligimos. Prenderle fuego al equipaje, inconsciente pero lúdica y alevosamente. Vaciarse el líquido de las relaciones humanas sobre el cuerpo, y descubrir (¡horror!) que resbalan por nuestros miembros, sin impregnarnos, sin mojarnos, sin inmutarnos. Recordar, irónicamente, sin desearlo, sin mediación, una mirada, limpia, cristalina, donde poder reflejarse de verdad, donde poder sumergirse esta vez sí, mojándose, impregnándose.


Olvidar porqué se ha emprendido el viaje. Intentar resucitar la energía que lo motivaba, las fuerzas para precipitarse al abismo, a lo desconocido, a la wilderness. Descubrir que ahora solo queda el fósil de lo que un día fue una utopía, una joie de vivre que es más una descontrol sintomático, una deriva postmoderna que una energía fluvial, limpia, infantil. Difuminar los límites en alcohol y desenfreno, para intentar repetir la esencia naif de la niñez, la inocencia impúdica, el objetivo del viaje. Convertir todo en enfermedad.

Volver a repetir el gesto de encender la mecha, de consumir otro puerto más, de fletar otro barco más y de iniciar otro viaje más. No tener hogar, ni lugar al que volver. Ser un apátrida. No conseguir volver atrás. No tener adónde ir. Sin embargo, mientras uno se pierde, desarrollar una conciencia casi divina. Saber que uno es del norte. Crearse una identidad inmortal. Sentirse, por todo ello, invencible.




2 comentarios:

Lázaro dijo...

"Disfruta del pánico que te provoca tener la vida por delante" :D

Fer dijo...

No te comentamos mucho, pero te comento, que te keremos bobo

:D